Patagonia en el andén
El viento sopla casi de manera permanente en la Patagonia, la región más austral de Argentina y musa inspiradora de viajeros, exploradores y artistas, entre otros. Junto a las eternas distancias y la clásica estepa conforman un trinomio de magia y mística que hacen que sea un lugar diferente a cualquier otro en el mundo.
Es posible que todas estas características generen un sentido de pertenencia y de camaradería extrema en cada rincón patagónico. Nunca faltará la ayuda de un mecánico para arreglar un auto –fundamental para la movilidad-, la sonrisa en la recepción de un hospedaje o la incansable generosidad de los guías turísticos, por citar ejemplos. Puede que los labios se paspen, pero la usina del silencio siempre tendrá destellos oníricos.
Manto sagrado
Al sudoeste de la Provincia de Santa Cruz se ubica la ciudad de El Calafate, que en los últimos 25 años se convirtió en un ícono del turismo argentino y un referente a nivel mundial. ¿La razón? A poco más de una hora, por la Ruta Provincial N°11, se encuentra el Parque Nacional Los Glaciares, con el famoso glaciar Perito Moreno.
El Perito Moreno no es un glaciar más. Además de ser la imagen de El Calafate y una de las más representativas de Argentina, es el único al cual se puede acceder caminando mediante un sistema de pasarelas, perfectamente diseñadas para tomar una y mil fotos, y alcanzar la gloria sensitiva.
Año tras año, miles de turistas de todas partes del mundo arriban a este pueblo-ciudad –ya cuenta con más de 25 mil habitantes- con el objetivo de ver y ¿por qué no? caminar sobre el legendario manto de hielo.
Deshielo en brasas cautivas
-”¿Es la primera vez que vienes?”
-”No, pero es la primera vez que estoy contigo…”
Se dice que el tren puede pasar una vez en la vida. Para algunos, será un cliché. Para otros, un dicho para impugnar y reformular entre tantos vaivenes cotidianos. Como fuere, el andén puede resultar autodestructivo si la locomotora nunca llega. Por suerte, existe la Patagonia para anidar sueños de aventura cósmica.
Y así fue cómo la flecha suspiró en el éter de la Ondina de Úbeda y Fermín. Frente al glaciar Perito Moreno, él contemplaba el momento sin que las agujas lo demanden. Por su parte, ella, aún atónita por la magnitud de lo que estaba viendo por primera vez en su vida, tiraba fotos desde todos los ángulos.
La Ondina había nacido hacía 25 años en Úbeda, Jaén, España. Era su primer viaje por Argentina y, luego de pasar unos días de humo artístico y desvaríos urbanos en Buenos Aires, partió rumbo a El Calafate, una cita obligada para cualquier viajero y más si proviene de tan lejos.
Ya en suelo patagónico, la española se instaló en un modesto, pero muy amigable hotel. Si bien tenía un buen pasar, sus experiencias viajeras solían ser en soledad y sin tanto gasto. Su estadía en el mundo no escatimaba euros, pero sus cinco estrellas tenían que arañar su existencia.
Fermín era de Buenos Aires, pero después de recibirse de alergólogo se instaló, en primer lugar, en Bariloche y luego en San Martín de los Andes. Amaba la Patagonia. Estaba en El Calafate porque había sido una de las paradas en su viaje en moto por la Ruta Nacional 40. Viajar por esta legendaria ruta era uno de los sueños del Doc, que ya acusaba 28 años.
La escena vuelve a las pasarelas del Parque Nacional Los Glaciares, ubicado a poco más de una hora del centro calafateño. Fermín todavía no sabía que la andaluza -Jaén pertenece a la comunidad de Andalucía- se convertiría posteriormente en la madre de sus hijos, Javier y Ámbar. Sin embargo, al verla en ese estado de absoluto asombro ante la magnificencia del glaciar y el lago Argentino, sabía que podía ofrecerse como fotógrafo.
A partir de los clics, ya nada fue igual. Mientras caían esporádicamente trozos de hielo, la Ondina comenzaba a concentrarse más en su nuevo partener, que en las maravillas patagónicas.
La estadía en El Calafate cerró con corderos, algún helado de calafate, risas de espumas, vidrios empañados y estufas paganas entre las sábanas. Fermín se volvió a San Martín de los Andes, una aldea sacada de cuento a la que se puede llegar atravesando el mágico Camino de los Siete Lagos. En tanto, la andaluza, antes de retornar a España, no perdió la oportunidad de pasar un par de noches en Iguazú para volver a sorprenderse, en este caso, con las Cataratas del Iguazú.
El glaciar siempre vuelve
Independientemente de que el hechizo con Fermín había quedado impregnado en sus pupilas, la Ondina sabía que visitar El Calafate no había sido un destino más en su vida. La atmósfera de la Patagonia, la estepa que no dice nada y a la vez es verborrágica de emociones y, por supuesto, ese glaciar tan único le proponían un pronto regreso.
Pasaron tres o cuatro años. Quizás, cinco. La Ondina -ah, su pasaporte decía Manuela Vicario- ya había recorrido una gran cantidad de países como para que El Calafate y su glaciar quedaran entre la lista de grandes recuerdos… y nada más. Pero no. Ese rincón patagónico seguía dando vueltas por su mente.
“Es hora de volver”. Las maletas se hicieron valijas y otra vez suelo argentino. Manuela volvió al lugar que la vio nacer por segunda vez. La híper conectividad eclipsó cualquier tipo de añoranza de bellotas, toreros nocturnos y madroños.
“Es un respirar diferente a los demás. La camaradería es inclaudicable, la pausa es precisa y las distancias, con Spotify y los mates (¡gloria eterna a esta infusión!) no son para nada largas”, grita Manuela a los cuatro vientos feroces de la Patagonia.
“No sé si me quedaré eternamente, pero necesitaba anclar mis instintos de buena vida y eso lo encontré en esta tierra inigualable. No es sólo el Perito Moreno, ni el Spegazzini, ni el Upsala. El Calafate te coge, ¡ups! Aún me quedan lapsus del español de origen (risas). La cuestión es que El Calafate te toma y te envuelve. Amo Jaén, Madrid y muchos otros sitios de España y Europa. Pero, quizás, el destino tenía algo diferente para mí”, asegura la Ondina mientras sus niños juegan por el jardín de su casa.
¿Y Fermín? Durante los años del “exilio” de Manuela, trabajó un tiempo en un hospital de Puerto Madryn, en el lado este de la Patagonia. Madryn es el principal balneario de la región, ideal para el avistaje de la ballena franca austral. Tuvo alguna pareja fantasma, pero, así como El Calafate se metió de lleno en la sístole de la andaluza, la propia Manuela se instaló en la diástole del porteño.
La Bahía Redonda fue testigo de su unión -no están casados, pero no se engañan y se despiden con un te quiero- y hoy le dan un beso al amanecer calafateño en el cerro Huyliche. Hay lugares que emanan un elixir tan cautivante que ni las huellas del kiosco de madrugada quedan exentas.
No hay que temerle a El Calafate. Lo peor que te puede pasar es enamorarte y ser feliz. ¡A brindar que las roquitas del glaciar están listas y no hay más tiempo que perder!