Turismo de colores en La Rioja: 4 lugares increíbles para fotografiarla

Porque, además de su característico rojizo, la provincia funciona como el muestrario de colores perfecto para los aficionados de la fotografía. Azules, verdes, amarillos y rojos decoran los rincones riojanos y la dotan de un potencial turístico inmesurable. ¿Cuáles son los mejores lugares para descubrir sus tonalidades? Te lo contamos en esta nota.

Viajar es sinónimo de corazón contento, adrenalina, emociones a flor de piel y recuerdos mágicos que se atesoran en lo más profundo del alma. Pero, ¿quién no vuelve de un periplo con la memoria del celular repleta de fotos? Cuando se viaja a Argentina la tentación de capturar cuanto paisaje, plato local y detalle se encuentre es bastante fuerte. Y frente a las alternativas viajeras que ofrece el país sudamericano, lo que resta es ceder y dejarse conquistar por esa chispa singular.


La premisa de captar postales en donde los colores son protagonistas se cumple a mucha honra en territorio celeste y blanco. La Rioja, al noroeste, reúne todos los requisitos para sumarse a la lista de destinos instagrameables: un sinfín de pigmentos se despliegan entre sus esquinas y sorprenden al turista de turno regalándole panorámicas de ensueño. El arcoiris está compuesto por amarillos, rojos, verdes y azules que, combinados, dan lugar a la mejor paleta de la provincia. 

1. Rojo en el Parque Nacional Talampaya 


Por supuesto que se comienza por el color más representativo. El que le da una impronta única y pinta un lienzo insuperable para los adictos a las postales con matices. El rojo es sinónimo de tierra riojana y son muchas las coordenadas que hacen honor a esta simbólica tonalidad; no es casualidad que su principal atractivo vista esos colores e infle el pecho con rincones maravillosos perfectos para agudizar el ojo fotográfico. 


Declarado Patrimonio de la Humanidad en el año 2000, las estrellas de esta obra de arte natural son sus formaciones geológicas, tan impresionantes como la provincia que las aloja. ¿La antigüedad de su suelo? Tan solo de 250 millones de años, en el período Triásico. No es casualidad, entonces, que los hallazgos paleontológicos sean moneda corriente y uno de sus grandes encantos.


Ahora bien, si de inmortalizar fotos hablamos, el cañón es perfecto para el cometido. Los paredones colorados de hasta 150 metros de altura se imponen con las formas más originales que existen: El Monje, La Tortuga y La Chimenea son paradas obligatorias para capturar su intenso rojizo. 

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2. Azul en Corona del Inca


Como en toda la Argentina, el azul está presente en cada paisaje e imperdible. La Rioja no se queda atrás y luce el color con orgullo. ¿Dónde? Empezando por lo más sencillo: levantar la vista hacia arriba. El imponente cielo, que pocas veces se cubre de grises, hace juego con el resto de los atributos naturales. El clima es despejado, obsequiando un firmamento profundo e impactante. Además, cuando cae la noche, las estrellas decoran el escenario, permitiendo una visibilidad especial y una claridad envidiable. 


Cuando el cuello se queje por mantener la vista fija en lo alto, siempre hay tiempo de compensarlo invirtiendo la dirección: los suelos riojanos también se disfrazan de azul y son igual de cautivantes. Y como la provincia es un fiel reflejo de la diversidad paisajística del país, sobran las sierras, valles, ríos y hasta volcanes. Justamente esta última maravilla es la que convoca una de las excursiones más fascinantes que regala la región: elevarse a 5550 metros sobre el nivel del mar y encontrar, entre picos nevados, un cráter cuyo protagonista es el lago volcánico más alto del mundo, de un azul vivo que hipnotiza. Corona del Inca propone una escenografía surrealista y revela uno de los secretos mejor guardados.


Si la adrenalina no llega hasta el punto de travesía casi entre nubes, la simpleza azulada también se descubre en la Laguna Brava, donde la premisa de fotografiar panorámicas alucinantes se mantiene.

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3. Amarillo en el Cañón del Ocre 


En la localidad de Famatina, a 270 kilómetros de la capital de La Rioja, se abre un cordón montañoso con sello propio: el Cañón del Ocre. Sus increíbles muros se levantan entre valles que contrastan con el llamativo amarillo de las rocas. ¿El motivo del color? La presencia de azufre y ocre de las piedras. 


De la misma forma, a los pies del cañón corren las aguas del Río Amarillo, un torrente teñido de un fuerte dorado en composé con el resto del espectáculo. El resultado final es un cuadro con pinceladas amarillentas digno de presentarse en un museo.

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4. Verde en los viñedos de Chilecito


El elíxir de uvas encuentra su mejor versión en suelo argentino. Porque pisar sus tierras lleva, casi por inercia, a degustar los blends destacados de cada región. Y La Rioja entra sin mucho esfuerzo en el podio. 


Sus vinos de altura y con un sabor frutal intenso, son uno de los grandes imperdibles de la zona. La meca del cultivo está en Chilecito, una localidad que adquirió renombre turístico justamente por producir el 78% de la bebida en la provincia. ¿La cepa emblema? El Torrontés riojano, una variedad autóctona que integra la familia de las uvas criollas. 


En la época de cosecha, los colores verdes resaltan, los sabores se intensifican y La Rioja supera todas las expectativas a lo largo de 6538 hectáreas de superficie cultivada.